Alguien me ató la noche como una piedra,
Alguien me hundió en la luz de la mañana.
La espuma del alba se llevó mi nombre.
A la hora en que los adioses levantan vuelo desde sus árboles dormidos.
A la hora de la orilla que no existe.
Cada piedra tiene su gravedad,
su peso,
su culpa;
cada puñado de arena; cada mano que cavó el olvido
y que empujó.
El olvido.
El olvido no deja túmulo.
Ni un ahí donde recordarse;
ni un ayer donde rezar
por uno mismo.
¡Sin años, sin nombre!
Enterraron mi cuerpo y me dejaron encerrado
afuera.