Aquelarres y otras fiestas son mi deporte nocturno,
donde reniego de Dios y me entrego a Satanás.
En todo 30 de abril, hasta el primero de mayo,
le propongo a mis colegas renovar con más vigor
nuestros mutuos menesteres bajo la luz de la Luna.
La noche de primavera la teñimos de lujuria
con eróticos rituales, atrayendo a nuestra danza
las deidades más potentes de la densa oscuridad,
quienes gozan los placeres, desenfrenados y alegres,
antes de iniciar su ronda por las viviendas humanas.
Sé que muchos han tratado de disolver la costumbre
invocando a la Walpurgis,
una monjita británica que terminó en Alemania
sin lograr lo perseguido,
porque la pobre santita no realiza curaciones
como afirman los heraldos de su jerga milagrosa.
Aprendí a neutralizar, no sólo su feo nombre
sino también sus propósitos
y todo tipo de farsa ofrecida en su memoria,
cuando trata de guardarse durante todo el estío
contra los actos nocturnos,
donde siempre me complazco
con bacanales y excesos que afirman mi autoridad.