He recorrido el río de arabescos que recorre las centurias
hasta llegar a encontrar ese mar que desborda el arco iris
donde duermen los pinceles mágicos.
Siento con Adán y Eva expulsados del Paraíso la vergüenza
que produce desnudar el alma ante un ángel vengador
que hiere con la espada de sus ojos.
En La batalla de San Romano me deslumbran
los caballos azules que soportan el fragor de la guerra
arrullados por el sueño de la muerte en vivos colores.
La Cabeza de San Juan Bautista me transporta
al palacio de Herodías en aquella noche de fiesta
donde en bandeja de plata se ofrenda su Voz.
En el Nacimiento de Venus percibo la lluvia de flores
que inunda el paisaje con esa fragancia
de mujer ondulante que fascina al caminar.
La visitación de la Iglesia Santa María Novella
despierta la profundidad del espíritu con la perspectiva
de una nueva esperanza para la humanidad.
La oscuridad sublimada por la mezcla de colores
llena de luz las secuencias de paisajes contrapuestos
en La traición de Judas de Ercole di Roberti.
El rojo de la tragedia y el azul de los sueños
se dan cita en los frescos de la Capilla Sixtina
donde Dios le da la mano a su criatura
para acompañarla en cada uno de los paisajes de la Biblia.
Y no pienso detenerme en Florencia
para evitar encontrarme con la lengua incendiaria
del monje Savonarola que podría pensar
que estas palabras no son dignas de su púlpito.