Fluctúo en las aguas tibias de mis recuerdos.
La soledad me arropa. La melodía de una canción folklórica venezolana invade el salón.
El fuego crépita en la chimenea; la luz tenue cobija el ambiente dándole un toque mágico.
Me dispongo a escribir. Quiero abandonarme a los caprichos de mi musa. Hilvanar palabras, saborear sentimientos, olfatear sensaciones, fluir.
Una copa de tinto calienta mi garganta, humedeciendo mis viejas cuerdas vocales que quieren entonar aquella vieja canción de mi niñez.
“Quise amar y soñar en la mañana de mi fantasía. Un sentimiento lleno de alegría echó a volar perdiéndose en las nubes, para llegar donde nunca estuve…”
Cierro mis ojos y comienzo a tararearla mientras una lágrima se asoma tímida y, sin pensarlo dos veces, se desliza por mi tez, perdiéndose en mi espesa barba blanca. Blanca como la nieve, plata como la media luna Andina. Tras ella otras creando un pequeño cause trasparente.
“y vivir y sentir lo que hace tiempo estaba aprisionado se liberó sintiéndote a mi lado. Tu pelo suelto lleno de frescura me cobijó con sueños y ternura”.
Sin darme cuenta se me escurrieron los años, como arena en medio de mis dedos. Peino canas, acumulo remembranzas, mi caminar sereno, mi reflexión profunda. En ocasiones la distancia de tus seres queridos es dolorosa. No llegas a acostumbrarte nunca, aunque te muestres fuerte y decidido. En el fondo sigo siendo aquel niño solitario, tímido, que corría por el campo, se encaramaba en los árboles y le encantaba bañarse desnudo bajo las aguas puras de la lluvia tropical. Cuánta libertad, cuánta inocencia que se quedó en el tiempo, en el pasado, en las calles de mi pueblo. Viejas añoranzas que con los años se hacen cada vez más presente.
“Amor siento así, todo el amor que va cantando en tu reír. Amor siento así, el mismo sueño de tu sueño de vivir”.
Increíble como una simple melodía tenga el poder de invadir el alma, de estimular esa memoria afectiva que siempre acompaña.
A las puertas de un nuevo año quiero dar gracias. Gracias a la vida. Gracias por todo lo vivido, por las diversas experiencias que llevo en mí y me ayudaron a ser lo hoy soy. Gracias por todas las personas que he conocido, también aquellas que me tendieron una zancadilla y celebraron mi caída. Ellos sin darse cuenta me ayudaron a conocerme, a palpar mis límites, regar mi paciencia y abonar mi potencial. Todo tiene su por qué en esta vida.
Aún abrigo un sueño y seguiré acurrucándolo, protegiéndolo hasta alcanzarlo.
En fin, gracias a ti que te tomas el tiempo de leérme, de reflexionar conmigo, de compartir mi inspiración, mi caprichosa musa. Espero que aún sea así por luengos años.
“Sobre la línea del cerro cortada, la media luna andina recostada, fundió la magia de nuestras miradas, nació el amor como una llamarada….”