Inmóviles, con movimientos callados,
Pilares que sostienen muros y tejados,
Ellas, tan firmes, siempre esbeltas,
Han visto pasar tantos pueblos que han perdido la cuenta.
Dedican furtivas miradas al transeúnte amilanado,
Que decide observar un torreón bien plantado,
Un techo descoyuntado,
Nacido de la mano del arcaico obrero romano.
Parece estar dormida,
Pero, atenta, fija su cautelosa mirada de Afrodita,
Como si su sueño fuera el de una niña chica,
Y, sin darse importancia, la soledad a la fachada le quita.
Siempre apreciadas por el gentío
Con sentimiento unánime,
Soportan día, noche, calor y frío,
Pues ellas son eternas guardianas, cariátides.