Te busqué.
Mil veces te busqué,
mas jamás te encontré.
Abrí puertas cuyas llaves mantuve olvidadas.
Levanté piedras y miré por ventanas,
pero nada. No estabas,
ni esperándome ni de mí alejándote,
simplemente no estabas.
Aun así continué.
Recorrí pasillo y pisadas,
subí árboles y de los pájaros tu nombre oí que cantaban
y los escuché,
y en sus cantos otros mundos soñé.
Suaves trinos, estridentes despertares,
queltehues anunciando una tempestad a mares.
Y antes de volver a mi guarida, el horizonte miré,
pero nada. Tú ahí no estabas.
Triste bajé la mirada y la tempestad respiré,
profunda, hiriente, tormentosa calma,
en mi pecho doliente la contuve sonriente.
Te amé lejano,
te amé sin rostro humano,
espectro cuyo cuerpo recorren otras manos,
morenas, grandes, blancas, finas…
qué más da, no son las mías y jamás lo serán.
Te amé distante,
sin siquiera soñarte conmigo un instante.
¡Mentira! Soñarte pude:
sin rostro, sin cuerpo, sin voz;
a mi lado te tuve
y suavemente tus labios besé.
Pero no estás,
nunca estás y mi corazón se comprime
y el último hálito de esperanza reprime.
En vano es buscarte, llamarte,
en vano es esperar una señal de que de mí no quieres librarte.
Oculto estás para mí,
siempre lo estuviste ¿qué sé de ti?
¿Por qué cuánto más te quiero,
más lejano de mí, te tengo?
por Jana Maia
IMAGEN: (C) Freydoom Rassouli, \"Desire\", Oils on Canvas.