Fue un habitad lujoso para la locura, ambos tuvimos que divertirnos en cada esquina.
Permanecía donde dormía, y donde no dormía la mayor parte del tiempo.
Me visitaba la muerte, diría el canto popular, dejándome inmóvil por tanta perfección.
La más bella sensación, no poder mover un pelo, como el tronco muerto que deseo ser.
Al despertar, aún sollozaba los sueños en los que agonizaba, pues no lograban ser ciertos.
Atesoré un sueño por encima de muchos:
El poderío de las mechas blancas gritaba en sí mismo
cuando la schisandra curó a un ciego, bajo el vil mando de los guantes negros
y la cruel ayuda de los ojos escarlata, ladrando junto al perro de las olas en su banda.
La cuerda floja inquietante de dos amarillos bailando un genièvre
que invocaba el canto de los viejos pinos, el hermoso viento de dulce y picor
atraídos por la brusca gravedad, de un incierto resplandor.
Se sintió genial salir del cruel abismo de la soledad, es por eso, que mis lloridos cansados
pidieron a las centellas de esa noche, nunca apagar mis deseos
de volver a entrar, y nunca más salir, si no era con ella de mi brazo.