No hacía más que el gesto rendido
de tantos años,
mas su boca sedienta de amaneceres
cantaba a veces bajo las sombras.
Frecuentaba los pasos de la niebla
donde una vez se vieron
estoicas ramas sin voz difunta,
mas solo una venció al silencio
remontando cada cueva ahondada
por el azar de los días.
Ese suelo cernido sobre los astros
del que lentamente van llorando
amarillentas plumas.
Esa postrera oración que mana
con nocturnidad hacia la angustia.
Toda esa juventud inclinada
como un salto presuroso
entre enhiestas columnas de acero.
El desamparo forjado en el beso
con que se amortajan los cabellos
trémulos y cenizos.
Llegarán las rosas que se apiaden
al verte gritar al oído de la tierra,
mas lejos quisiera yo cada grano,
cada mal que bebe insaciable
de tu vida.
Aunque no digas ni sed ni hambre,
yo contestaré con el amor
entre los dientes.
Aunque no exista razón para murmurar
bajo un techo soñoliento,
yo erguiré la lengua ante los muros.
Por besar la paz en tus manos pálidas
como emigradas a otro norte,
daría hasta mi cuerpo si en él nacieras
otra vez como el mar, como la brisa.
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