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El niño

El niño

Hace días registraba que en octubre siempre llueve sobre la montaña. Debo retractarme, octubre se ha vestido de llamas en los bosques donde vivía el cóndor. Lo curioso de todo es que los bomberos echan la culpa de tanto sudor a las nubes de humo con que juega un niño. Dicen que seguirá entre nosotros, antorcha en mano, sofocando al viento con sus bolardos de fuego. Es un fenómeno de inocencia que nos viene del mar afirman los meteorólogos en los informes que redactan en el lenguaje del yermo. Es un hijo bastardo del feroz Poseidón, se atrevió a escribir un académico de piel de arena. Un periodista, desde su oficina de vitral extinguido, pregona en la radio que ese niño no dejará de crecer hasta que se haya bebido toda la blancura de la nieve. Es la primera vez, dice a sus colegas de la mesa de ondas, que la infancia es una pesadilla para las represas que alimentan los acueductos de ciudades y pueblos. Muchos quisieran ver el rostro de la insólita criatura desprovista de agua en las venas. Seguro que en sus ojos, imagino, se refleja el infierno.