Loco sueño el que soñé en una noche larga.
Me vi abrigado de estrellas dentro de un nido de alondra.
Escuche en el silencio un violín hecho de hojas.
Desde el ramaje de la encina donde desperté
vi a lo lejos una calle y luces de colores
con gente bailando danzas.
Era un carnaval antiguo con risas y disfraces y bullicio.
Parecían divertirse y prolongaban la noche
con sus copas y sus danzas.
Creí ver algunos rostros conocidos
y en la penumbra de la distancia,
una calle que alguna vez había recorrido.
Todo parecía familiar y a la vez difuso
como que de a ratos pertenecía a ese pueblo
y en instantes era un extraño.
Quise bajar del gigante verde
y unirme a sus costumbres,
pero desperté
junto a una almohada vacía al lado de la mía
y creí escuchar un murmullo de duendes
que se alejaban lentamente, confidentes.
Me volví a dormir,
cerré mis ojos sabiendo que fue un sueño,
pero cuando asomo el sol por la ventana,
desperté y descubrí sobre esa almohada
una pluma blanca, que antes no estaba.