Chocoano, que vas por los ríos,
cantando alabaos o en cualquier otro de tus ritmos,
escucha como te describo
en este verso, en este grito.
Tu piel,
negra como la noche en que narras tus travesías,
o café como el borojó que brindas a quien te visita,
o amarilla como el chontaduro que degustas cada día,
o blanca como la paz conque llevas tu vida.
Tu cabello,
cholo como el del nativo,
culiso como el del español,
o ensortijado como el del africano
que a tus tierras un día llegó,
da cuenta del mestizaje
que en tus lares ocurrió.
Y tus ojos,
marrones o zarcos comúnmente,
claros también les hay,
tan dominantes, tan imponentes,
tan cautivadores como los tuyos
no hay.