“Estoy seguro que el universo está lleno de vida inteligente. Pero es demasiado inteligente, como para venir a vernos.”
“Hay dos posibilidades. Que estemos solos en el cosmos o que no. Ambas son aterradoras.”
Arthur C. Clarke
EL COLOR DE LA NOCHE
Aquel día había sido templado.
El tiempo fue manteniéndose por la tarde, parco y moderado, pero la tempestad desatada por la noche, era la más impresionante de las que tenga memoria.
Todo ocurrió en una amplia y extendida área de la Pampa, pero la experiencia que yo viví, fue en un camino vecinal, que serpentea por la superficie de la llanura.
El automóvil se detuvo de pronto sin causa aparente; dejo de funcionar y no volvió a arrancar.
Entonces tuve plena conciencia de la enormidad del paisaje, que imaginaba oculto en la oscuridad del ambiente, cubierto por la esfera negra del cielo.
Menudeaban sin pausa los relámpagos, el trueno retumbaba enérgico y caía el agua con desmesura.
Jamás había sentido una sensación tan profunda de soledad y desamparo.
Había algo en la noche que nada tenía que ver con lo habitual ni con la furia de la tormenta.
En el cielo negro, de intimidante abismo, comencé a percibir luces en extraños movimientos.
Retumbaban más fuertes los ruidos del tronar y a cada momento se encendían con más luz las siluetas de los refucilos, en la convulsión fantástica que se agitaba por la curvatura del cielo.
Por momentos me sentía más solo y asustado, no ante el fenómeno natural, sino ante la aguda intuición, que percibía en la noche un toque siniestro y una pincelada de enigmática e inconcreta sensación de algo más que humano, que estaba entre los pliegues del aire oscuro y frio.
Quedé estupefacto y paralizado cuando por el camino donde estaba aislado con mi auto vi venir dos figuras avanzando hacia mí.
En los pocos momentos que la claridad del relámpago me lo permitía pude observar sus formas, ostensiblemente extrañas.
No eran de este mundo.
No eran humanoides, no eran verdes y su increíble rareza me impide describirlas.
Nada tenían de cualquier criatura terrestre. Su contemplación no producía la noción de concepto, como un árbol la produce, por ejemplo. Por distintas que las especies sean, para nuestra observación, un árbol no deja de estar comprendido conceptualmente, como árbol, dentro de nuestra imaginación.
La curiosidad, la sorpresa y el ángel de lo extraño, por unos instantes mitigaron mi espanto.
Pero transcurrido ese sosiego, volví al horror y seguí sin forma de comparación alguna con ser vivo o cosa, de aquellos increíbles seres.
Todo el tiempo que duró el escrutinio sobre mí, de las inefables criaturas, así también permaneció paralizado mi corazón y quede mudo, como un arpa rota entre las palideces del silencio.
Algo extraño y muy profundo me decía que una cosa terrible estaba sucediendo; algo que no se podía definir como se lo hace con una cosa tangible, pero que estaba en el ambiente.
Amenazadora…Sombría…Alienígena…
Parado al costado del coche, empapado y agobiado de pánico, escuchaba gritos de dolor, de terror y de profundo sobresalto.
Era algo inasible y demasiado fantástico para creerlo, pero era inminente y muy peligroso.
Me desmayé.
Recobre el conocimiento con el buen Sol de la mañana.
La luz del día me produjo una suave sensación de normalidad y cordura.
La gente se acercaba; los médicos me preguntaban, y otro tanto hacían policías, periodistas y vecinos curiosos y preocupados.
Los políticos inquirían y dialogaban con los presentes. Bertellys observaba con prudencia, pero con interés.
A medida que el tiempo iba transcurriendo me fui enterando de las cosas que habían sucedido durante la noche, hasta el amanecer.
Animales manipulados, personas utilizadas para experimentos, apagones sin explicación, incendios y los más increíbles accidentes. Y hasta repugnantes abducciones.
Pero nunca tuve informe oficial de los sucesos que viví tan intensamente.
Y tal vez en forma subconsciente no quise
aclaraciones ni quise la verdad.
Por ahora queda para mí como una incógnita
lo sucedido en aquella tormenta tan grandiosa y bellísima en la inmensidad de la pampa.
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