Cuando cada segundo,
va alcanzando al siguiente.
En ese instante mismo,
surge una luz brillante.
En un tenue latido,
que bombea la sangre.
Un soplo trascendente,
que escapa de la vida.
Impertérrito queda,
sin embargo el semblante.
Como una estatua eterna,
creada por el arte.
Un rictus de belleza,
que se esfuma en el aire.
Como un sutil destello,
allende el horizonte.
El impávido rostro,
de mirada cautiva.
Refleja la vivencia,
largamente asumida.
En su gesto de acero,
ni tan solo una brizna,
del interior enojo.
Una fina película,
de matiz ambarina.
En la mirada ausente,
que en la bruma se pierde.
Unos ojos de Luna,
de irisadas tersuras.
Con las cuencas perdidas,
en la profunda sima.
Con barnices de niebla,
en su arcana locura.
Las pestañas de bronce,
de heréticas figuras.
Un segundo le alcanza.
Una fracción de vida.
Y la garganta seca,
se agrieta y se contrae,
como una vieja cuna.
Mecida entre la seda,
que acuna la criatura.
La criatura que nace.
En cada aliento vívida.
Y en el suave murmullo,
de la brisa que mima.
Un instante es un mundo,
que se crea y se derriba.
A.L.
http://alupego.blogspot.es
05/01/2019