Silencio.
Silencio, Gabriela.
Sé que le lloras pero,
él ha dejado pétalos de rosas frescas bajo tu almohada
pese a que fue en este duro invierno, su adiós.
Puede que te duela tomarlas,
pues crees que al hacerlo
sentirás que sus manos pequeñas te encuentran
para regresar a casa, y no.
Gabriela, no.
Descansa pero no te confundas.
Hay tanto por andar,
por volver a leer.
Yo te quiero ver.
Y mira,
mira que aún existe el tiempo
para que la esperanza tú recuperes,
para que te sientes en el amplio sillón a las nueve
y me cuentes que la nueva historia que lees,
eterna parece.
Entonces sonrías, sonrías tanto que los miedos solo corren
y huyen como un niño en una batalla de cosquillas.
Como tu niño que,
te prometo,
no se ha perdido.
Gabriela,
abrígate aunque sea primavera,
porque dentro de ti solo llueve
y yo hasta hoy
no te he visto salir el sol.