Los coloridos paisajes
de momentos veraniegos,
fueron excelsas postales,
de muy cuidado boceto;
causantes de la alegría,
para pequeños mozuelos,
que corrían presurosos
inventando simples juegos;
con algunos laberintos,
creados con mucho ingenio.
Entre huertos y las praderas
transcurría lento el tiempo,
recuerdos que con nostalgia,
hoy, son el más rico acervo
guardado en el corazón,
como patrimonio eterno.
Buscando frutos silvestres,
se les veía risueños
cuando encontraban guayabas
o moras en los potreros,
encontrándose sorpresas
con el doloroso sello,
que le imprimen las abejas,
¡Picaduras que dolieron!,
terminando la faena,
con síntomas muy molestos.
No existió limitación,
para volver al sendero
serpenteante del río,
bajo un motivante cielo;
observando mariposas,
regalo del ser supremo,
maravillando los ojos
con su vuelo tan ligero.
De repente, encantadora,
se ve la poza modelo,
rodeada de las rocas,
símbolo de atrevimiento,
provocando en los muchachos,
muy interesantes retos,
compartidos en familia,
en calurosos paseos,
disfrutando del ambiente,
que dejó gratos recuerdos.
Una vida campesina,
con la belleza de un cuento,
jamás muestra la frialdad,
de una ciudad de concreto.
Son nostálgicas historias,
nunca escritas en cuaderno,
pero son parte del alma,
por eso no tienen precio.
“Históricas travesuras,
de imaginarios guerreros,
que vienen a motivar,
la inspiración de estos versos”