Soy la joven consorte maorí
que rechazó cargar agua en el día
y tuvo que hacerlo por la noche,
para la Luna y sus enamorados.
El satélite, luminoso como un astro,
alumbraba el camino de la aldea
hasta que se ocultó tras una nube;
di contra la tierra reseca por el Sol,
me sentí furiosa y ultrajé la Luna
que bajó en el acto y decidió raptarme.
Asida de un árbol corpulento,
descuajado y llevado a las alturas,
resistí cuanto pude, y finalmente,
subí con él y el cántaro deshecho.
Por eso en noches despejadas ven
la Luna blanca prendida en el espacio
con una mancha inoportuna y parda
que observan fácilmente los humanos.