Dos sombras azules se estremecían,
en un cielo rojo de profundo dolor,
clavos que abrazaron manos con amor
y lágrimas pasionales vertían.
Un andar que las dagas detenían,
desatando las espinas de la flor,
que cambiaban con sangre su color
y los ojos del rey entristecían.
Entre dos barrotes: sufrida crueldad,
una amarga bebida sobre la boca,
enmudecía el llanto de la verdad,
un tormentoso cielo que desboca,
el olvido del Padre y su bondad
oculta, en la blasfemia que provoca.