Una pequeña rosa negra,
crecida en un jardín
muerto, lleno de piedras,
hoy desecha sus pétalos.
Movidos por el viento,
recubren el cielo, para dar
paso a la oscura noche.
Como una lluvia de estrellas,
desecha sus lágrimas.
Como afiladas agujas,
sus espinas pinchan todo mi cuerpo.
Agarrándola con mis manos,
recubre mi piel de sangre,
curiosa la forma, en la que no la suelto,
que a pesar de desangrarme,
amo cada rincón de esta rosa.
Su tallo, como una inacabable
espalda, atrae mis caricias,
solo puedo admirar la forma en que me daña
sus kilómetros de extensa piel.
Kilómetros de piel pálida,
que se mimetiza con la blanca nieve,
admiro la forma en la que deseo
tocar sus delicados pétalos,
que a pesar de marcharse,
se quedan impregnados en mí.