He de confesarte que aquí
También un gallo erróneo me roba las migajas del sueño
Y me tatúa ojeras para recordar lo que no pretendo pensar siquiera;
Que llevo días sin poder repararme pero anestesiándome a mansalva,
Como quien hace de la morfina su sangre, y de su sangre una acuarela;
Y que me estoy volviendo aquella sombra que siempre temí
Cruzarme por la calle, aquel que no me atreví a mirar de frente
Para no desafiar su tanta miseria, por si fuera contagiosa;
Que me falta una buena hoja de afeitar y bastante futuro,
(Aunque si tuviera la primera, seguramente resignaría lo segundo);
Y que la música y el vino me escuecen y eso me gusta,
Como si mereciera la punzada espinal que descascara mis defensas;
Que también me gustaba cuando tu amor me destartalaba
Porque podía suponerle al dolor algún sentido;
Porque podía desligarme de esta futilidad que es no tenerme;
Y que he encontrado enterradas en el fango
Las piernas tiesas de mi infalible rey de copas,
Y que quizás por eso bebo solo y me resiento al ponerme de pie
(Quizás también porque no me basta –aunque pueda mentirme-
Su buen miembro y su ano dispuesto
Para darle tregua a los solitarios que me atormentan;
O que me hiere no beber de su cáliz más sagrado,
O que no tenga boca ni entrañas para sentirme realmente);
Y que te extraño un poco, a veces, pero es mucho más lo que no te extraño;
Que quisiera emanciparme por fin, para ya no utilizar al mundo de perchero;
Y que mis más horribles pesadillas de ayer son apenas inermes muescas
De la realidad, como el mate frío y lavado que me acostumbro a cebar sin vos
Para indultarme todo este desvelo.