Me hice ermitaño.
Odiado sea el sueño que, por imágenes perversas, se ha perdido en los bosques despiadados de los árboles siniestros, envueltos, macilentos y grotescamente austeros en horas desarmadas de revueltas emociones que a la orilla del camino se hacen ver aun más cegados. Temida sea la noche que te vi cortando flores como quien ve en la neblina su mensaje taciturno recostado en el sepulcro entre azahares y gladiolos, serenada y destruida sin mediar en ti palabras que dejaran en mi lágrima una límpida y grisácea fe en el yerto amanecer.
Olvidada sea la tarde que tu beso entró en mis labios como fuego entre maderos que se sienten ultrajados, retorcidos, reventados y que lloran suplicantes dando vista al firmamento que se frunce enrojecido cuando en todo habrá tinieblas. Delirante sea el camino que se acueste al ver las huellas que tú dejes a tu paso e insistentes sean los rayos de tu sol apasionado, obligándose a serviste hasta ser descascarada de la noche a la mañana.
Sí, es cierto, yo me hice ermitaño una tarde de invierno. Sí, lo recuerdo, y recuerdo haber visto el color del perfume que del bosque emanaba sin saber que tus ojos eran tan parecidos. Sí, lo sé… también he vivido, y es tanto lo que he visto que ya no resisto el clamor de las aves huyendo del día que muestra tormentas. Tu voz se recuerda, se enfrasca, se quiebra y carga con muertes de vaga importancia. La noche, la estancia dejaron las horas y tú apareciste desnuda en mis ojos.
Sé bien de la muerte. Sé bien de la vida. Sé ser el que encuentra el leño perfecto que tarde o temprano va entrar en mi hoguera. Saltando el invierno llegó primavera y tú apareciste desnuda y en fuego. Lo vi y lo recuerdo: la niña paseaba burlando al silencio y así se olvidaron mis días de invierno.
De pronto la luna me halló entre tus brazos. Mi noche, en pedazos, me vio entre tus labios. Creí ser un ángel y estaba cegado. La vida y su mundo es igual que una leña: de nada eres dueño y nadie es tu dueña. Es todo mentira.
Es todo ilusión. El arte es suicida y sin religión. Que tú fuiste un beso, que yo fui tus labios, y todo está muerto en el bosque encantado.
Por eso una tarde volví a los inviernos, a todas las noches de lluvia y lamento, a ver que la vida es sólo un recuerdo, que en todo pasado cargamos un muerto. Me hice ermitaño cargando de un sueño igual que un demonio cargando su infierno. Adiós a la niña. Adiós a su cuerpo. Adiós a la vida. Prefiero el invierno.
A Howard Phillips Lovecraft y su relato \"El Extraño\".