La vida está llena de falsos positivos y barajas sin suerte,
de arcoíris de sombras y figuras de hielo,
y hasta la naturaleza cambió su estrategia
para sobrevivir un día más.
Se deletrea la muerte subrepticia entre luces de neón y autopistas.
Barridas por el viento de la tarde se ven las golondrinas
del verano pasado,
que del azul del cielo al verano siguiente,
dejan rastros de smog ultravioleta.
Por eso los domingos le temo más a los diarios
que a la muerte,
y me dejo llevar por lo poco que queda del recuerdo
a viajes de nostalgias y saudades,
a unos ojos tan profundamente negros,
como profundamente bellos,
a una piel que abandona la codicia y dibuja un milagro
y se vuelve con el viento de la tarde,
y vuelve, vuelve sobre pasos heridos de néctar
y cubre mi atmósfera sedienta.
Se derriten los años en mis sienes
y el silencio se vuelve más profundo,
se torna solidario,
no me abandona nunca
y dirige mis pasos lentamente
a recorrer solemnes callejuelas de fuego,
a observar nubes de aurora
y soñar no más que cosas posibles
que mueren lentamente.
La vida está llena de calendarios viejos,
de un ayer de vida florecida,
y de un hoy que madura su suerte
y va vertiendo sus sueños en la arena desnuda,
como el rio que disipa sus fuerzas
en una playa dormida por la tarde,
con un adiós que ni siquiera existe
y una guitarra que acompaña
un último compás de despedida.