Danny McGee

BYRON.

Byron.

¡Se fue de guardián al cielo,
se fue al hogar del Señor,
y a mí me dejó el desvelo
y un raro y sensible amor!
La casa quedó silente,
el patio quedó sin dueño:
hoy vuela sobre mi mente
y todo parece un sueño.
Mis hijos y mi señora
se hunden en la tristeza
y en mí el corazón implora
que prime la fortaleza.
No sé si vamos a orar,
no sé si va a haber entierro,
¡no puedo ni sé pensar
al ver que no está mi perro!
Me acuerdo de su ladrido
y nunca aprendí el lenguaje:
a veces sólo el sonido
nos basta de aprendizaje.
Lo tuve por tantos años
y el tiempo corrió de prisa:
el mundo de los extraños
nos da la pena y la risa.
Si bien conoció el encierro
no fue como fueron otros:
no fue solamente un perro,
fue uno más de nosotros.
Fue el perro de los cariños,
el guarda de mi mujer;
él vio crecer a mis niños
y a mí me vio envejecer.
¡Se fue de guardián al cielo,
se fue al hogar del Señor,
y en mí dejó el desconsuelo
de un largo y hondo dolor!
Es cierto que todo pasa…
-son raras las sensaciones-.
Mi Byron se fue de casa
pero no de éstos corazones.
A mi Nico y a Sebastián,
a Claudia y mí también
nos deja un perro guardián,
el viejo Byron del bien.
No sé si vamos a orar,
no sé si va a haber entierro,
pero vamos a recordar
que tuvimos al mejor perro.