Llegó el frío, y en pleno enero
fue cuando tu voz grande y elegante
se fundió en la Roma más repugnante.
Ladrillos y gritos se escucharon primero,
después se apagó tu verbo más sincero.
El Teatro de la ópera es tu cuerpo cantante
y hoy sigue sonando dulce tu canto confortante
y así vivo, gracias a tu fuego placentero.
Yo veo en tus ojos de profunda belleza
un amor filosófico cansado pero divino,
¡y qué gracia!, verte con esa mirada de pureza,
y que me enamora. ¡Qué cruel tu destino:
yo no me lo llevo con toda esa crudeza,
me quedo contigo y tu palabra de buen vino!
Nacho Rey