Navegando en mi propio laberinto,
me pierdo como hojas en otoño,
como el sol entre nubes de invierno.
No encuentro llaves para mis cerrojos,
todos los portales se hayan cerrados,
y encerrado en mi propia mente me encuentro,
navegando en mi mente siento como me ahogo.
Atrás vi como la parca con su guadaña vino,
todo mi cuerpo fue invadido por mi propio miedo.
Paralizado sentía cada rincón de mi cuerpo,
se cumplían mis miedos, solo encontraba mi tormento.
Corría por cada pasillo, huyendo de mi momento,
pero tras paso entre escalones, me tropiezo,
ahora en el suelo, la muerte solicita mi mano,
divagando entre mis lamentos a llantos,
por mis cálidas lágrimas, rozó un rostro tierno,
pero sin ninguna expresión, su alma solo era vacío,
no valía mi sufrimiento, decía que se acabó mi tiempo.
De pronto, un pequeño pajarillo, apareció, y me salvó,
desconozco si de la muerte, o de mí mismo,
pero con sus coloridas alas, me arropó y guió.
Desconcertado, no alejaba mi mirada del pequeño volador,
y tras alejarme de los hilos que me ataban entre nudos,
como por un simple pestañeó, se convirtió en un niño.
Veía a un pequeño, con mi rostro, el niño, era yo.
No hacían falta palabras, las miradas florecían,
como arte de magia, me sentía como en plena primavera.
Recordé, las cosas que por el tiempo, había olvidado,
quizá fue una bofetada, el haber olvidado mi niño.
La cualidad de a todas horas sentirte en verano.
Olvidé cuando la parca me tachaba de inalcanzado,
olvidé cuando ella ante mi fuerza, sentía temor,
cuando en sus ojos se vislumbraba un gran pudor.
Quizá con en esta temporada, dejé de ser un arquitecto,
y dejé puentes, que construí, y no había terminado.
Quizá, en un lapso, olvidé cual era mi camino.