Donde habita el péndulo salvaje,
allí me contorsiono.
Sin más me sujeto al quicio de la puerta,
y balanceándome en la sal escupo.
Comerme la saliva que aprieta mi soga
es envolver la quimera.
Ya no más repito,
despojarme de todo salitre.
Sin ancla,
alejarme sin naufragar,
respirando recias camisas de fuerza.
Me quedo en la sed,
dejé de empapar la esponja
hundida en el trapecio,
suspendida en la red equilibrista
de este poema,
que es un presagio.