Era la misma de siempre
hacia el altar caminando
tan solo que en su mirada
habían huellas de llanto
resaltaba su figura
el vestido largo y blanco
pero en sus manos de seda
temblaba triste su ramo.
Lucía su frente hermosa
corona de regios nardos
y sus labios se miraban
por mis besos anegados
cuando en nuestros corazones
grandes sueños cultivamos
haciendo de nuestro mundo
un cielo límpido y claro.
Era la misma de siempre
con su cabello rizado
al estilo de las vírgenes
que sus sueños alcanzaron,
mas su silueta llevaba
las caricias de mis manos
y palpitaba en su sangre
aquel delirio profano
que mis versos le cantaban
cuando juntos caminamos
las veredas del deseo
que nuestro sueño alumbraron
y en mi lecho acurrucada
se dormía susurrando:
Te quiero, mi amor te quiero,
es tu amor mi flor de acanto
que me brinda su perfume
en el nido de tus brazos
y me llena de caricias
cual brisa de fresco lago.
¡Y siempre será la misma
mientras me siga soñando
aunque le haya prometido
ante el altar, adorarlo,
pues mirándose al espejo
se quedará meditando
en las noches de bohemia
que tejieron el encanto
de nuestro amor sin igual
que tan solo lo juramos
envueltos en la locura
llena de fuego sagrado
y viviendo el paraíso
de un idilio sacrosanto
recordará nuestras noches
que de ensueños fueron faros!
Y siempre será la misma
porque humedece sus labios
en la fuente de aquel sueño
que nuestras almas forjaron
tan tierno y lleno de miel
como poético canto
que penetra el corazón
cual arpegio wagneriano
y jamás podrá cambiar
porque me sigue adorando
porque lleva en sus entrañas
de mi pasión grande rastro,
porque soy la tempestad,
ella la rosa de mayo
que sucumbe al vendaval
como lirio deshojado.
Autor: Aníbal Rodríguez.