Alberto Escobar

Pasillos

 

La próxima vez llévate mi brazo izquierdo
o un billete de 50, pero no mis poemas.

No saber es como ir por un pasillo oscuro,
tropezándose, hasta que alguien te
enciende una luz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se hacía ya de noche.
La luz natural, que hasta minutos antes
se prodigaba por la ventana, iba dejando
de ser.
Me decido por la escalera, dejo el ascensor,
viene bien un poco de ejercicio.
Me cuadro delante de la puerta, no enciendo
la luz del descansillo, juego a acertar con el
agujero de la llave.

Después de varios intentos atino y giro.
El pasillo que se despliega delante se me
antoja largo, no lo sé, no es mi hogar.
Con las palmas de ambas manos acaricio las
paredes que me van ayudando a ver, sin ver.

A pasos casi inexistentes voy avanzando, los 
pies valen de mascarones de proa de un barco 
a la deriva, como me siento en este instante...
Siento tocar un camión de juguete - lo adivino
azul - que chirría como atropellado por el
infortunio, lo desvío a la cuneta.

El tacto de las paredes me lleva a tiempos de
mi infancia, cuando privaba el papel pintado
de motivos tan sorprendentes que ahora, si
tuviera la suerte de verlo, ofenderían a la vista.
Parece que la pared deja paso al vacío, puede
que sea el recodo del pasillo o no, sí, toco una
puerta, la abro, es un salón, quiero imaginar...

Creo que ya es hora de encender la luz.
      Mañana seguiré jugando a no saber.
                  ¡Qué divertido!