Laura Ontiveros Plaza

Agua

El día ha terminado,

sólo pienso en llegar para perderme,

una vez más.

Camino por calles de piedra,

y mis ojos me reclaman cada agravio.

 

Camino viendo el crepúsculo de días así,

no se ve amarillo ni se ve naranja,

ya no hay destellos sonrojados,

se percibe gris,

se respira opaco,

en esos días así,

que agonizan sólo por existir.

 

El agua quema, 

y purifica cada cráter de mi voz,

humedece el dolor,

que surge cuando pienso en ti,

y se ablanda con cada gota que cae,

ardiendo de pena,

cuando escucho tu nombre,

cuando imagino tu cara.

 

Nubes de vapor brotan desde el suelo,

y penetran por mis pies,

se entrelazan en mis muslos,

recorren cada vertebra,

abrazan mi alma,

pequeña y agotada.

Arrasan con la soledad,

arrasan con la realidad.

 

Escucho tu canción acercándose con seguridad,

la seguridad que pierdo cuando salgo a la ciudad.

Tu voz siempre es mi arrullo,

tarareo cada nota,

y juro que te siento,

siento bufidos en mi oído,

saliendo de ese metal bañado en mentiras que brillan,

y el cuarto se llena espeso de humo que no deja ver,

prefiero cerrar los ojos y vivir todo otra vez.

 

Camino atravesando los muros,

y la vida se hace presente,

cruzo hacia la dimensión que quiero olvidar,

esa dimensión en donde ya no estás,

y todo comienza a secarse,

todo comienza a calar.

 

Me hago preguntas sin cesar,

nunca imaginé que tus manos huyeran de mi,

no pensé que tus dedos pudieran encajar

en otra cintura que no fuera la mía.

 

Cada evidencia me envejece un poco más,

y entonces me acuesto,

viendo hacia el cielo,

haciendo una carta a cada estrella,

otra de tantas que ya envíe,

pidiéndoles sólo un deseo:

Que me lleven al mar,

para llenarme de agua,

y vivir inundándome, 

dentro de todo lo que ya no es verdad,

dentro de todo lo que ya no va a regresar.