Ella y sus veinte mentiras.
Yo y mi única verdad, por no herirla.
Ella llorando, hundiendo sus lamentos
En mi oído arañado, tal vez solo fingiendo.
Quizá, en verdad, dolida. No sabría
Si sus lágrimas son ciertas o fingidas.
La duda y la sospecha por un lado
Y por otro, el afecto con sus hábitos,
Y en esa brega diaria, indefinida,
Van creciendo ataduras en la herida,
Se prolongan raíces de recelo
Que han fijado mi vida en sus terrenos.
Quiero elegir la hora en que me vaya
Sin importar ¡Por fin! lo que ella haga,
Sin importarme las respuestas luego
Ni las dudosas razones para hacerlo.
Es suficiente tanta desconfianza
Que a mi dignidad retuvo maniatada.