Para ti que hoy suspiras cansada, derrotada, sin denuedo,
(¿qué puedo hacer por ti sino morir?)
Si el día apagado durante la llovizna no hizo más que confirmar mi presunción,
yaces postrada en el frío diván, aguardando quieta la más mísera señal de su existencia,
alma egoísta, cuya sed de tu penuria no hace sino ensombrecer la calidez de tu mirada.
Y no culpo a aquel cobarde de querer, ni al dolor intrínseco de su movimiento, te culpo a ti,
a ti que le suspiras, a ti que le destinas cada uno de tus lamentos.
(y me marcho, sin más que una última misiva)
El camino angustioso, doloroso y vergonzoso, me persigue, silenciosamente,
hasta rodear cada parte de mi antes llamada alma, volviéndome a ti,
suplicando por ti.
(¿qué puedo hacer por ti sino volver?)
Entonces te pregunto en versos que no lees, en palabras que no necesitas, en tu abrazo
que no me pertenece, ¿de verdad te hago falta?
Déjame, libérame, devuelve los fragmentos inertes de corazón que por ti había arrancado.
Y regrésame a tu vida cuando hayas encontrado todas tus respuestas,
cuando la llovizna se convierta en arcoíris,
cuando tus ojos necesiten de nuevos ojos,
cuando pueda hacer por ti más que morir.