Resurjo de la nada absoluta,
de un puño de hojas malherido,
de un soplo de palabras que gritan,
del pasado que apunta inextricablemente,
señalando el camino
al que volvemos un día.
El pasado no muere, solo es vida guardada,
es tesoro de risas,
es cosecha de lágrimas
de los insostenibles suspiros en los trenes,
que bruzan las barreras ignotas
de puntos cardinales que marcan una vida,
muchas vidas,
mientras el tiempo cual aliado perfecto
muere en su habitual silencio.
Por eso provengo de maíz y Popol Vuh,
de venas torturadas y fuego derramado,
retorno de papel y lapicero,
de amores que se fueron entre humo y cerillas,
en adiós y bienvenidas,
en las deixis, que se entraman en la frágil memoria
elucubradora de besos pretéritos,
con sabor a granada madura,
que cayeron de los olvidados labios,
dejando para siempre su sabor absoluto.
Resurjo de un pasado de papel y cebolla
y prosigo al pasado,
alcanzando a los días que morirán temprano.
Voy hurgando más allá de la niebla,
más allá de la cáscara osmótica que se ha vuelto la vida.
Prosigo al pasado con su acimut de ideas,
prosigo al encuentro de ojos desconocidos,
persigo a la luna en su creciente máxima,
hasta adelantar formas talladas,
que igualen la existencia
y enjuaguen sueños rotos
de vidas invadidas sin clemencia.
La vida solo pasa y el pasado no muere.
La muerte es solo un acto de la comedia humana.
La idea que se asoma del remoto ayer sangriento,
es la tinta sagrada que nos marca el futuro,
es el dolor de parto que termina
en el llanto del hijo que ahora nace.
Resurjo de la despedida de un dios que se
hundió en dos veranos,
y vendrán tiempos de adiós en las hojas caídas;
los botones amarrarán mi traje de viajero,
y mis manos, que en muchas ocasiones
durmieron en tu almohada,
se cruzarán desnudas como injertando versos,
y volveré a la tierra.
Y aunque mis manos mustias
ya no fabriquen sueños,
la muerte nunca, nunca se llevara mi vida...