En el silencio profundo de la noche te encuentro.
Sentada en tu sillón favorito, en un rincón del salón familiar tejiendo. Tarareas una antigua canción de tu infancia. Serena, tranquila, entregada a tu labor.
Tu perfume fluctúa en el ambiente, se mezcla con el aroma de pan recién hecho.
Estoy cerca de ti pero no logras verme.
Acaricio tu arrugada frente y la beso con dulzura.
Aprecio una leve sonrisa que aparece en tu rostro.
Me quedaría horas y horas admirándote, contemplándote.
Los años han pasado por tu cuerpo pero lejos de menguar tu belleza, la han afianzado. En forma diferente, pero está presente.
No hay rastros de la enfermedad que te atormentó por luengos años y te arrebató tu equilibrio mental, sumiéndote en la tristeza, en la angustia, en el cambio de humor constante.
Ahora te observo y me deleito al verte, sobre todo por la paz que me trasmites. ¿Sueño, realidad? ¿Qué importa? Allá donde estás sé que eres feliz continuando con tu ganchillo, mi vieja querida. Disfrutando de una felicidad que te fue negada en este mundo. Descansa en paz y sigue bendiciéndome(nos) madre querida.