No era justo olvidarme de su rostro, ni de sus manos empujando la pared, para someter su bello cuerpo al universo único de las pasiones.
El reloj marcaba las horas de mi descontento, y entre la multitud apareció el reluciente espejo de su boca, que de fruta fresca se nutria.
La firmeza de un verano crudo, fue sinónimo de sudor en mi frente, cayendo gota a gota, bajo el reflejo del espejo de sus ojos.
Todo era el tiempo detenido, la razón que da la vida para vivirla, ella lo sabia, por eso clavo su mirada en mi mirada, quizás pudo entender que mi mundo deambulante, era hallar un corazón enamorado de la vida, quizás supo entender, que ese corazón era el suyo, aventurera de la noche y el día, princesa sencilla de un barrio de provincia, donde la simpleza y la caricia, enamoran a todo hombre de ciudad.