Alejandro Tapia

Desde que llegué aquí.

Desde que llegué aquí.

 

 

 

Llegué aquí ardiendo, aterricé al rojo vivo.

La negación, el rechazo a dejar de no ser fue la fricción que me quemó.

Por eso desde que recuerdo me lastima todo lo que amo, lo que con placer toco y con desprecio rompo.

Los engranes de mi cabeza perpetuamente van en reversa, contra reloj.

Enemigo maldito sin cuerpo, ni rostro…. Totalmente blanco.

Que temo por completo por su ritmo veloz que marca siempre con un tic-tac que un día se detendrá...

Que macabramente acompaña e imita siempre mi latido.

Sufro perdido, desfasado, y desadaptado.

 Sí me cuentas de tus vicios no de tus virtudes, te conoceré mejor hermano.

Sí me cuentas quién te ha hecho daño, sus motivos, y que es lo que lloras amargamente y con espanto.

Acuño cada una de las ilusiones muertas que encuentro en las madrugadas de septiembre.

Y luego en la obscuridad de mi soledad las acorruco en mi regazo.

Soy reparador de sueños rotos y navego sin remo ni vela.

Siempre a la deriva, siempre a la merced del océano y el trueno.

A mí, me gusta ver llover sobre la hierba o sobre mi cara o el pavimento.

No veo a Dios en las estrellas y el orden del universo.

Más veo a Dios en el orden perfecto y la comunicación que hay en las partículas subatómicas y entre los insectos.

Porque soy heredero del canto del cenzontle, me duele y mucho en lo que se convierte mi hermano el hombre.

 

Por eso estos versos y todos los demás.

Para tratar de dejar y así del negro embudo  escapar.

Compartir y vivir en otros, como dictan mis ancestros…en tradición oral.

Y mientras lo logro seguiré haciendo lo que mejor hago.

Arder e incendiar, ensuciar, manchar y arañar el aire y la vida; esperando rabioso el final.