Dudó el andariego. El camino decidió bifurcarse. El destino probó, una vez más, su espíritu aventurero.
Similares alternativas, oportunidades semejantes.
El sol, desde su trono, apresuraba su decisión.
Un trotecito a sus espaldas, familia de liebres, madre y cuatro descendientes ensimismados en una carrera, pasaron por un costado ignorando su presencia, como si él no existiera. Tornaron sobre la derecha. En escasos instantes desaparecieron del horizonte.
Calculó que una pendiente sería la causa. Optó seguirlos, quizás por allí cambiaría su suerte.
Como había previsto, un pronunciado declive del terreno se abalanzó sobre él.
Los rápidos animalitos eran ya una mancha en el sendero.
Allí abajo se vislumbraba un pequeño grupo de árboles, cercaban una especie de construcción, precaria por lo visto desde su puesto de observación.
Quiso suponer que estaría habitada, era lo que anhelaba en aquellos momentos, es más, lo necesitaba, un angustiado deseo de hablar con alguien, ya tiempo que la soledad lo acechaba muy de cerca.
Arregló un poco su humilde ropaje, la buena apariencia es hermana de la primera impresión, y esta es la que cuenta entre las personas, En aquel próximo encuentro entre un forastero y un corre caminos, más que más.
Dos perros, de respetables dimensiones, salieron al encuentro, metros distaban hasta la casucha.
Conocedor de la mentalidad canina, no detuvo el paso y continuó ignorando la presencia de ellos. Su táctica, aparentemente no resultó, los ladridos se interrumpieron, optó por sentarse, de aquella forma no ofrecía señales de ataque.
Fueron momentos de espera, ambos bandos se estudiaban.
Nuestro caminante, en forma lenta extrajo de su mochila un trozo de pan; lo depositó en la palma de su mano derecha y extendió el brazo en el aire frente a los asombrados guardianes.
Como era de esperar, uno de ellos comenzó a acercarse, paso a paso, con suma inteligencia y precaución. Husmeó el aire, comprobó el olor del bocado ofrecido, se detuvo, hecho un vistazo a su compañero, como esperando consentimiento.
Continuó acercándose hasta llegar a escasos centímetros de la mano del hombre, elevó su hocico una o dos veces, era imprescindible cerciorarse, decidió agarrar el alimento, lo mantuvo entre sus dientes y regresó donde estaba aguardando su compañero. Arrojó el pan al suelo y su compinche lo devoró en un santiamén.
Satisfecho de su valentía volvió sobre sus pasos, en forma que era imposible ignorar su intención. El resultado no tardó en venir por parte del caminante. Provisto de un segundo trozo de pan, no tardó en deglutirlo en segundos.
Un grito se escuchó, los tres quedaron impactados, un pequeño hombrecillo provisto de lo que pareciese una escopeta, estaba plantado en la entrada de la vivienda, los llamó por sus nombres:
-¡¡Sol y Luna!! ¡¡¡¡¡A CASA!!!!!
Como soldados muy bien adiestrados, de un golpe se pusieron en pie y corrieron hasta la casa apostándose a los flancos del amo.
-Buenos días, buen hombre, llego con aires de paz, estoy de paso...
No hubo respuesta. Se puso de pie, elevó sus manos, como muestra de estar vacías, y las movió a título de saludo. Agregó:
-¿Podría acercarme para saludar?
El silencio no fue interrumpido. El interesado visitante, entendió la indirecta, se abstuvo de ejecutar sus intenciones de amabilidad.
No estaba acostumbrado a esta clase de recibimiento.
Distintos los pensamientos de los hombres y raras e increíbles sus reacciones ante lo nuevo, inesperado o desconocido.
A buen entendedor....
Alcanzó a exclamar un -Adiós, que tenga buen día- y ya sus pasos enfilaron hacia el camino que lo esperaba.
Ya empezaba la tarde acogedora.
Después de una corta caminata encontró un adecuado lugar para el descanso. Quizás decidiría hacer noche allí.
Arropado, con la agradable compañía de una pequeña fogata, intercambió miradas con unas picaronas estrellas, que gustaron compartir aquella noche entre amigos.
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