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LA SEÑORA ELENA

“En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre”

                                          Friedrich Nietzsche

 

“Los hombres engañan más que las mujeres; las mujeres mejor”

                                         Joaquín Sabina

                                                                                                                                                             

LA SEÑORA ELENA

Catorce camisas por semana eran demasiadas, pensaba la mujer, mientras  abrochaba algunas con malhumor a la cuerda de secado. Era coqueto el señor marido, dos por cada día .Su tema eran las mujeres. Y el hombre de las camisas se sentía halagado por los favores de algunas damas. No era en verdad simpático ni seductor, pero si, hábil en la lisonja y generoso con el dinero ajeno, que era el único del que disponía, y lo debía a los bancos, financieras, amigos y usureros; a su propia mujer, a la carnicería y al estado.

 Exhibía con burda ostentación todas las apariencias de play boy de bolsillo  presto, que era  la complacencia de las damas y que tanto lo ayudaban a“seducir”. Una Bugatti Veyron era otro de los  instrumentos  para la hechura de su hobby, objeto de un intenso fervor. Por el riesgo de compromisos financieros, el costoso automóvil,  estaba a nombre de Elena, su esposa, para que no se vaya el patrimonio por el torrente de sus afanosas deudas, surgidas del apetito de dinero, provocado por  la necesidad de sustentar la  vertiginosa carrera de su pródigo andar amatorio.

No apareciendo como titular se evitaba el embargo, y lo mismo ocurría con la casa.

Ella tenía un respeto reverencial por su marido y le producía temor;  pero al mismo tiempo era objeto de su odio más profundo.

Cristiano Ronaldo tiene una, refiriéndose a la Bugatti,  le decía, a su esposa, con ironía y malicia, cuando él llegaba por la madrugada.

Estaba absolutamente persuadido de la fidelidad de Elena. El hombre no tenía dudas ni suspicacias en cuanto al proceder de su esposa en lo que se refiere a la titularidad de los  bienes; ella sentía un miedo insuperable por su marido y él lo sabía. Jamás lo traicionaría. 

Perturbaban a la mujer las ostentosas actitudes crematísticas del bizarro galán, tanto como sus rondas de idílico acontecer.

La señora Elena conocía el valor del campo, dispuesto como garantía en la obtención de efectivo, del que también figuraba, solo ella, como titular.  

El abogado de la familia, de ojo atento, también lo sabía.

El señor dormía toda la mañana; salía cerca del mediodía y regresaba tarde; muchas veces de madrugada.
Cuando cesaron los constantes reproches hacia el hombre, comenzó la salida al patio de los recipientes.

Simultáneamente llegó otra cosa; dos perros muy grandes y muy flacos que la buena señora ató a un  palenque y proveía sin falta a su vianda diaria.

Y continuó la dama sacando los cargados receptáculos,  día por día, con  beneplácito de los canes.

El marido no había regresado del último  viaje.

La casa lucia como clausurada.

No se colgaban más catorce camisas por semana en el tenderete.

Elena se había ido. Por lo menos no se la veía.

Nadie fue testigo de su partida en la Bugatti Veyron con el abogado.

Los dos perros lucían más gordos y en oscura noche desaparecieron enterrados en el patio.

La casa tenía un cartel de venta, el abogado negoció con los deudores en forma extrajudicial.

El marido nunca volvió y ella no tenía parientes.

Y claro está, para la señora Elena no habría enojosas cuestiones sucesorias; nadie es heredero de sus propios bienes.

El doctor, en tono muy paternal, cálido y afectuoso, expreso a la señora su voluntad de no aceptar, aunque insistiera, donaciones, regalos o estipendios.

Pero si le aconsejo un amplio poder de administración y disposición de sus bienes, para él.

 

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