Invitamos a las seis de la tarde,
y abrazadas llegaron ella y la noche.
Nos acompañarían con cerveza oscura,
y decenas de mezcales.
Se burlaba de mi la angustia,
apostábamos lágrimas por volver a verte,
yo perdí.
Me reprendía la razón,
me repetía la misma oración,
perforándome cada oído,
desenterrando mi desilusión.
Atravesaste la puerta,
pintada de carmín antiguo,
mis ojos rozaron tu cuerpo,
tu chamarra de cuero,
y tus mechones negros.
Dilataron mis pupilas,
entonces todo se esfumó,
como un colibrí asustado,
tan veloces como llegaron,
el olvido,
la amargura,
y el dolor.
El tiempo sin vernos nos abrazó,
te odié por dos segundos,
me distraje,
y en ese instante
te vi arrojar tu sonrisa a mi vaso,
como una droga que guardaste para después.
Me embriagaste esa noche,
del recuerdo y el anhelo,
me volviste a tener,
te desnudaste,
y te arroparon las confesiones,
me desnudé,
y me vestí de complicidad.
Nos volvimos a tener.
Fumamos ilusiones,
te metiste muy dentro para habitarme,
me erizaste cada pensamiento,
dejaste un beso,
dejaste humedad,
dejaste huella,
y titubeo.
Llegó la madrugada,
con máscara de realidad,
me amenazó
con apresarme dentro de ti para siempre,
sin tenerte.
No resistí el castigo,
me fui sin hacer ruido,
y desde esa noche ya no te vi,
aunque nunca te vayas de aquí.