Es como una cáncer, este sentimiento
que corroe cada parte de mi cuerpo.
Que impregna mis venas de veneno,
que me quema cada órgano por dentro.
Siento como mi alma vive en un castillo,
roto, lleno de cristales frío, afilados.
Quisiera descubrir que esconde el final,
si allá habrá más paz, allá a lo lejos,
romper esta efímera existencia.
Como un perdido vagabundo deambulo,
sin ningún lugar al que tratar de cobijo.
Dejé de escuchar ahí fuera los truenos,
la tormenta, que nada me dejaba ver,
se marchó. Pero como una escoba,
barrió todo lo que se escondía en mi interior,
en un eterno vacío tengo que convivir,
con mi repugnante reflejo en el espejo,
aunque siquiera me veo a mí mismo,
pues todos los cristales están rotos.
Curioso saber, que todo me dejó muerto.
No estoy preparado para este mundo,
asimilar tener que vivir con este dolor,
no aguanto la espera de ver que ocultan
los astros, ahí fuera, lejos de este sufrimiento.
Las motas de arena de los relojes, dejaron de caer,
las alarmas dejaron de avisarme de la salida del sol.
En realidad, entre estas cuatro paredes solo hay silencio,
que como gritos, desquebrajan mis tímpanos.