Yo te esperaba;
te encontré allí,
antes que la noche
nos llenara de polvo,
y te invadí
por los cuatro costados
del viento.
No hubo noche
esa noche,
ni cama tranquila,
ni piedad
que detuviera
las parábolas.
Descalzamos
las interrogaciones,
como recien llegados
a un nuevo continente,
y un cielo anaranjado
nos prestó
sus sábanas.
la oportunidad
se detuvo a contemplarnos,
regalándonos
su complicidad,
su misterio impreciso,
sus sonrisas.
Eduardo A Bello Martínez
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