Los carruajes se han detenido,
entre el sol naciente y el desconcierto,
un grito crispa los tímpanos,
¡Quien detuvo la caravana….!
del principal de los coches
una voz circunspecta responde:
“Es el poeta Rubén que suspira por las flores…”
Una niña, canasta de palma en mano,
levanta la ofrenda; rosas, resedas y sacuanjoches
ante las cuales el panida ceremoniosamente
se inclina y bebe a lentos sorbos;
el abrazo del amigo,
el beso de la amada,
la mano del guerrero…
El gesto de la flor agradecida.
Al lado del camino real
junto al cerco de piñuelas,
a orillas del ranchito de humilde armonía
el padre y la madre se incorporan al sencillo retablo,
depositando sus respetos entre las flores
de la canasta de pleitesía.
El homenaje inesperado se ha anticipado
al protocolo que aguarda en el parque central,
donde el alcalde,
junto a los invitados especiales,
espera nervioso al insigne visitante
mientras ajusta su larga corbata
a su honorable nomenclatura
y repasa insistentemente su discurso oficial
de bienvenida.
El tiempo, en un silencio reverente,
espera con paciencia en la vereda
hasta que el celeste de las letras
ordena proseguir el camino;
¡Continuemos corceles!
¡Continuemos caballeros!,
que más Masaya hidalga
nos espera rebosante de vigor,
pasión y raza con la que plácidamente
ha teñido mi sangre y dulcemente hechizado mi corazón.