Al inicio hubo una selva
de plantas de verdes frondas,
con árboles centenarios
de maravillosas copas.
Los rayos de luz pasaban,
iluminando las hojas
y dejando en lo más alto,
una mágica aureola,
reluciente y colorida,
como si fuese corona
de magistrales colores,
con enigmáticas sombras.
Algunas ocres ardillas
quebraban ricas bellotas,
y con mucha rapidez
las llevaban a sus bocas,
saltando desentendidas,
entre lilas pasifloras
y lindas plantas silvestres
con alegres flores rojas.
A lo lejos el riachuelo
definió su trayectoria ,
con sus aguas transparentes
fue formando grandes trochas,
sin faltar en su camino
algunas hermosas pozas,
fueron pequeñas represas
con la quietud que apasiona.
¡Fue una perfecta postal,
causante de gran euforia!
En las praderas saltaban
venados de blancas colas,
acompañados de garzas
que les quitaban las moscas.
Los árboles gigantescos,
escondían en sus combas,
guacamayas y quetzales,
en las mañanas brumosas,
siendo cuidados en lo alto,
por el águila rectora,
celosa del paraíso,
al que jamás abandona.
“Es selva de perfección,
todavía no se asoman,
aquellos depredadores,
que distorsionan la historia”