Tonos grises vaporosos
que disipan el ocaso,
y tocan una sinfonía de lo que siento
al compás de un lamento.
Un hueco en mi cabeza,
me obliga a saborear el viento.
Un agujero en el corazón,
me hace beberme el cielo.
Una cama olvidada
se va por la ventana,
en busca de lluvia con relámpagos.
La garganta enmudecida,
y mis ojos hablan por ella,
brillosos en la noche
iluminando las paredes,
cerrados en el día,
dibujando nuevas vidas.
El día y la noche se amontonan,
no significan nada,
más que las manecillas
de un reloj adormecido.
A veces no sale el sol,
y otras veces no quiere irse la luna.
Todo pasa y todo pasará,
aunque tarde veinte años,
el brillo de esos ojos,
nunca caducará.