Estoy completamente seguro,
que el señor Armstrong tendría envidia
de este pobre poeta idiota,
al darse cuenta que fui el primero en pisar todos sus lunares
y sobre ellos enarbolar banderas.
La primera vez de mis manos sobre
sus piernas, vientre y pechos
supe que su cuerpo tenía otra gravedad,
desde su cadera contemple la tierra con tanta felicidad,
y alguien me dijo que no tenía derecho de sentir tanto jubilo
y mucho menos de estar allí.