No puedo hablar de las tristes memorias en este momento,
y que mis letras plasmen agonía.
Aunque no extraño que mis versos sean el triste sentimiento de rendición, la última palabra,
para con ímpetu enlazarme a la flemática brisa y homologar mis súplicas periódicas de muerte.
Así que hoy hablaré de recuerdos, los culpables.
Recuerdo la fría lluvia que descendió sobre nuestras manos entrelazadas,
como un canto de promesa infinita, en una calle mal alumbrada.
Recuerdo los segundos de angustia con mis dos manos ocupadas,
con gotas de un dulce blanco-chocolate, que luego disfrutamos.
Recuerdo a la misma mano abrazando el primer paso que diste,
bajo el tierno manto de un naranja cariño.
Recuerdo el brillo de tus ojos perdidos acariciados por el viento,
o acariciadas por mis bruscos elogios a tus trazos carismáticos.
Recuerdo el eco de muchas risas en un triste salón sin luz,
donde atrapé la tuya, mientras mirabas desde mi hombro.
Recuerdo la vaga luz naranja que cubrió nuestros labios
las prologadas miradas, y mi sueño, que aprovechaste.