Esta silla, espera.
En la oscuridad,
en el silencio cavernario,
en el capítulo último de una angustia,
en la sotana de una noche sola,
solamente esta silla espera.
Sola espera entre tos y tos; de pulmón fusilado.
Te espera la madera, cimiento de vertebra,
y un pegamento en mi arteria,
y un recuerdo en mi arteria,
y una arteria perdida.
Y la sangre cosechada entre tus pasos.
Y un paso evadido por la soledad.
Y una soledad envenenada, muerta de esperanza.
Así recurre al reloj la silla,
recurre a la magia del parpado tras parpado,
y en un parpadeo la espera madura,
de semilla, a roble de raíz infinita:
cruzando de vacío a vacío,
partiendo a la mitad la tierra,
atravesando una estrella en la soledad
de una galaxia invisible,
partiendo el cuerpo, simétrica luz,
cordón umbilical de nostalgia.
No te arranca la eternidad de la eternidad,
vagas y vagas y vagas, y vagamos juntos.
Con una poesía inversa,
con zapato de atraco al alma.
Solo así camino yo en ocho, y vuelvo a ti,
imagen de niebla, simplemente tú.
Y la silla, espera.
En espacio que transito.
Silla consejera,
te acompaño.