Nos acostumbramos a besar nuestras almas,
a morder nuestros labios,
a ver el color de cada día que nacía
mencionando tu nombre,
en cada mañana que tú yo vivimos
completando días y semanas,
que nos vieron
como seres iguales que se aman.
Me acostumbre a tu caricia en mi rostro
y tus melancolías muertas
a extrañar los días de junio
y ver gatos contemplando la luna.
Te acostumbraste a la fuerza de mi brazo en tu cintura,
que se ataba a tu piel como un pañuelo,
a mi expresión solitaria
y a una que otra tristeza que de pronto
se internaba en mis ojos.
Nos acostumbramos a ser dos seres
unidos por las sogas del tiempo,
que estaban siendo sueltas por las incomprensiones.
Hoy pasado el tiempo, me acostumbré a no verte,
a no encontrarnos en la vieja estación,
me acostumbre a no saber de ti,
mientras lentamente te vas acostumbrando
a saber que hoy amo a otra como te amaba a ti.