Sola, la radio y mi bandeja.
Sonrío, inútil fotografía
cuando el recuerdo aún baila
en la sala vacía de este bar.
Todavía mantengo intacta
la imagen de su mano inquieta
que, queriendo ser muda,
casi nunca dejó de hablar.
Y me río para mis adentros
cuando sin avisar,
aquella voz rotunda
la interrumpió sin más.
Quieta la escuchaba...
su tono era grave y familiar.
Ella, a veces se movía, discrepaba,
otras descansaba, le permitía conversar.
Mientras -me vuelvo a reír-
unos ojos ansiosos observaban
aquella cercana mano,
aquel tono cordial.
Expectantes, se preguntaban
el cómo y el cuándo participar.
De repente, el tono se calla,
la mano hace ademán de esperar.
Ambos deciden su entrada.
Son ojos joviales, sinceros,
que logran sin saberlo
hacerse respetar.
Hoy, en el Bar,
tres generaciones me han saludado:
tres edades, tres mundos distintos
fundidos en un único corazón
ensimismado en un singular palpitar.