A la mujer de ojos tan tristes,
tan lejanos, tan muerte y despedida,
pero de sonrisa rutilante y espesa,
la tuve en mi pecho…
Yo…
El hombre de ojos sonrientes,
tan cercanos como luna de octubre,
que dicen “aquí estoy” en cada mirada
y rompen cada regla, norma, guía.
Y bailé con sus pezones
Merodeé su morada
Retuve el aire diez veces
Me sumergí en su cabellera
Se iluminó su oscuridad,
su eterna ansia de despedida
Se oscureció mi seguridad,
mis respuestas premeditadas
Burló todos mis sistemas
Me reconocí, aunque distinto
Se reconoció, aunque trémula
Aspiré su esencia en un vaivén
Y la quise.