¡Soledad!
Vamos, déjame ya.
Clausura esta parabólica marea
de angustias.
Tus labios histéricos con brotes de mármoles
me han dejado en la noche
las pupilas con fermentos de sangre
que se han cuajado como
un cristal de nervios
¡Soledad!
Vamos, cúbreme las llagas
con tu sombra de camélida
en el mediodía desértico
en que supura mi corazón herido
y vete a mi alcoba, en las noches
a descansar.
Mientras, yo velaré con Dios
al terco fuego que aun palpita
en mi penitente corazón.