Marta Prados Venegas

Vienta

Azul.
Destruida.
Hay ruinas de niebla en mis pupilas.
Cae gruesa la lluvia.
Me separan bancos de tinieblas
entre tu alma y la mía.


Y sin embargo
bailan el mismo lento compás
en el desolado comedor
dormido bajo la quietud del polvo.


A veces me dejo llevar por el cielo.
Paso por todos los estados
y atravieso la atmósfera boreal.
Casi toco el vacío con mis dedos.
Exploto.


Y me derrumbo hecha trizas
caigo a pedazos y éstos caen
despacio hundiéndose en el mar.
Pero tocan por primera vez
en muchos latidos la Tierra original.


Me introduzco en el útero
me refugio al calor
de la reconfortante naturaleza.


Me acurruco
hasta enterrarme en la tierra
hasta alimentarme de raíces
de beber aguas secretas.
Placenta.


Y como si de una tumba se tratase
renazco como fruto en primavera.


Sin prisa, apática
pongo en pie una pierna.
Pero una vez has viajado tanto
has recorrido tanto
has sentido tanto
has vivido tanta intensidad
comprimida en cada hálito.


Entonces ya tu cuerpo se agarra a lo físico
pero tu mente...
Tu mente fluye fuera de los márgenes.
Tu mente vacía busca la calma.


Estruja los dedos de los pies en la tierra.
Abre las manos y tu energía libera.
Abre los ojos y siente la belleza.
Deja que tu pelo siga el rumbo del viento
y respira fuerte, hínchate de vida.


¿Lo notas?
El amor golpea en tu pecho.
Tus labios sonríen ligeramente.
Has desaparecido completamente.